febrero 08, 2013

Vian [I: Sueños encerrados en la entrepierna]



Vian tomó mi mano que nerviosamente reposaba en mi pierna. Sostuvo mi puño en su mano morena. Yo tenía miedo y no precisamente le tenía miedo a ella, si no a encariñarme pronto y demasiado. 
Ella era mucho más sencilla de lo que aparentaba ser, mucho más linda y simpática, pero eso no le quitaba el aire de puta que traía, que precisamente me enloquecía a más no poder.
Pero siempre decidí ir a paso lento pero firme interpretando sus sonrisas y sus dulces coqueteos  como simple amistad. 
Vian aún con mi mano en la suya comenzó a llorar, empapando mi corazón de tristeza porque intuía que ella realmente era un ser triste y escondido detrás de un caparazón. Yo le tomé de la barbilla y ante mi sorpresa, besé sus hermosos labios carnosos con un beso tierno, nada pretencioso, nada cachondo ni caliente. La besé con ternura queriendo aliviar y aminorar su pena con ese beso corto pero con mucho sentimiento.
Saboreé sus lágrimas amargas y supe que no era tristeza solamente, era soledad acompañada de pesar. Esa que yo consideré como la puta más vulgar de todo el puñetero mundo, era una palomilla presa de su mismo infierno, una mariposa con alas rotas que no hallan consuelo, era una muchachilla que encontró su felicidad más pronta en el sexo más salvaje, en hombres carentes de felicidad igual que ella. 
A veces llegué a creer que ella era una muchacha caprichosa, de dinero quizás. Que todo el sexo era pasatiempo, que le gustaba mandar al carajo a muchos hombres con el simple afán de sentirse mejor  y superior a ellos. Que era una mujer controladora y posesiva. Pero nunca logré darles seriedad a esos pensamientos, de no ser hasta el día de hoy.
Ella seguía llorando sin consuelo y yo no sabía qué hacer, más que darle ese beso en señal de apoyo, de amor y sobre todo de que siempre estaría con ella. Yo seguí apretando su mano que ansiosa temblaba de ira y tristeza mezclada, yo no sabía porque pero ella estaba sintiéndose la mujer más triste del mundo.
- No pasa nada, querida. No te asustes que te verías muy mal. Nunca te he contado nada de mi vida pero hoy es el día. ¿Quieres escuchar?  - dijo con un aire melancólico. 
- Claro, ya sabes que yo siempre te escucharé Vian aún cuando no digas nada – respondí.




Después hubo un silencio pausado, Vian mantuvo los labios entreabiertos como si no supiera cómo empezar. De pronto pudo hacerlo por fin: 
- Pues mira chiquilla, todos cargamos un infierno grande, eso sin duda. Pero mi infierno es distante al de algunos. Quizás no me entiendas y creerás que yo exagero respecto a esto, pero no es así. Yo en la vida he tenido de todo, menos un abrazo sincero ni un gesto amoroso. Mis padres decidieron educarme como aquella linda niña, como una muñeca de aparador. Consentida, mimada; siempre pensé que la vida sería así… - aguardó unos instantes…
Yo pensé que en cualquier momento su llanto brotaría pero no fue así, Vian se contuvo y dijo:
- Pues eso mi niña, yo pensé que toda la vida sería así… -decía mientras encendía un cigarro – yo me enamoré por primera vez, a los 18. Era lo mejor del puto mundo. Él era un sueño hecho realidad y me correspondía. Pero la vida no… Él se fue una fría noche de Noviembre en un accidente y yo no pude ser la misma. Sin su amor menos sin sus caricias ardientes debajo de mis sábanas… Yo no morí de tristeza porque aún tenía algo de él que me pertenecía, dejo sus recuerdos en mi útero, aquí mira – dijo mientras tomaba mi mano y la ponía sobre su vientre – ahí estuvieron durante 4 meses – prosiguió – pero una noche yo también tuve un accidente, caí por las escaleras y lo perdí. Perdí lo que amaba y era mi aliciente para seguir en este jodido mundo y en ésta vida de mierda.

- Yo… Vian, no sé qué decirte... – me impresionó – creo que… - yo no supe que decir. 

- No tienes nada que decir, mi hermosa flor… Yo a nadie le he dicho todo esto. – suspiró – pero tú me das confianza, mírate tus ojitos, radiantes, claros, plenos. Eres todo lo contrario que yo, me doy cuenta… - pausó – pues ve, ahí mi infierno no acabo. Lo perdí, quedé estéril y dejé de ser yo. No me hundí en mi habitación a llorar, pensé que lo mejor era salir y ser diferente. Me entregué a los besos de 5 minutos después de conocer a alguna persona, a caricias calientes y fingidos gritos de placer en un baño. Estoy consciente de lo que soy o más bien me convertí… Y yo intenté saciarme de muchos hombres pensando que en alguno de esos penes estaría mi ansiado amor. Más sin en cambio hubo muchos de esos que me golpearon en lo más profundo de mi intimidad – encendió un cigarro más – no falto quien quisiera estar conmigo pero al enterarse que yo era árida por dentro me rechazaron, me follaron y me botaron.

- Vian ¡¿cómo has podido soportarlo?! No cabe duda que hay muchos hijos de puta – le tomé fuertemente la mano – yo estoy contigo, mi Vian…

- Yo lo sé querida mía, yo lo sé. No sabes cómo me alivias tú ahora, eres preciosa… - brotó una lágrima de sus ojos – y ahora me ves a mí, intenté ser quien no era porque la misma gente me hizo así. A veces humillaba a los hombres, les decía que su pene no era suficiente para mí, porque no me satisfacían. Me reía de ellos, yo altiva decía que no me servían y ellos se iban. Estoy seca por dentro, estoy sin nadie, sola. Y tú eres mi único alivio, pero yo sé que algún día te irás también…

- No Vian, jamás me iré. Yo quiero estar contigo… Yo te amo.

- Corazón, esa es la ley. Mírame bien ¿quieres estar con alguien como yo? Yo no puedo ofrecerte nada y tú eres muy bonita como para estar con alguien como yo. 

- Yo estaría contigo a pesar de todo porque de verdad te quiero – respondí con fuerza.

- Bueno mi vida, yo sé que estarás aquí, lo que no sabes es que yo ya no. Hoy es nuestra despedida, hoy tendrás algo mío en ti.

- ¿Qué? ¿Qué pasa Vian? No me asustes de ésta forma… - mi llanto brotó.

- Ven y bésame, no llores. Recuéstate aquí, encima de mí… Te quiero mi mariposa, mi mar de agua dulce, mi apoyo y mi misma fuerza… Eres lo más importante para mi.

- Vian, quiero decirte que te amo como a nadie…

Decíamos mientras nos acariciábamos y besábamos. Nuestros cuerpos se movían por inercia, su calor de mujer me enloquecía. Sentir sus pechos en los míos, sentir sus piernas, su entrepierna colmada de sueños. Su clítoris caliente y vibrando fuertemente, sus labios sensuales y sus dientes mordiendo mis labios, era la mejor sensación. Mi Vian cayó rendida y lo último que escuché fue:

- Y yo a ti también te amo mi colibrí… 




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