julio 08, 2021

Elección

Todos los días parecen lo mismo.

Desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, todo es igual. 

Te levantas, te pones a la orilla de la cama a reposar por cinco minutos la pereza mientras observas a la nada. Las paredes y las losetas tienen el mismo color. La luz entra por la misma rendija y da hacia la computadora y el teléfono. Esa misma rendija que todos los días te empeñas en cubrir, pero ahora te das cuenta que no tiene caso cubrirla, porque esa rendija te muestra la hora exacta. Las 7:05 am. 

Piensas que ya es hora, te pones de pie, te comienzas a poner el sostén, la misma blusa negra, las mismas pantuflas color rosa claro, el mismo short y la misma cara del diario. No estás de buenas, pero tampoco estás de malas. Apenas estás asimilando la realidad y se refleja en tu rostro. 

Vas al baño, orinas, te lavas las manos, te tocas el rostro que por fin está madurando, sales y caminas a la cocina, enciendes la cafetera, pones música, comienzas a preparar el desayuno o quizás el almuerzo para ahorrar una comida del día. En cuanto se levanta él, le llamas para comer juntos. 

Ríen, platican, se acarician con la mirada, se huelen a treinta centímetros de distancia, parpadean juntos, toman el mismo vaso juntos, cada uno por cortesía le cede el vaso, te mira insistentemente con toda la dulzura del mundo y cedes a beber primero el café que preparaste para ambos. Se besan a toquecitos de labios, muy rápidamente. Sabes que cualquiera diría que es un beso aprisa, que podría esforzarse más para besarte, pero tú sabes que ese beso es el reflejo del amor que maduro, es un beso corto y a la vez apasionado. Te besa así porque tiene que ir al trabajo, como siempre, en lo cotidiano. 

Se va. Te quedas sola nuevamente. Caminas en la oscuridad y en la luz de tus pensamientos. Tienes que hacer la comida, lavar los trastes, lavar la ropa, limpiar la casa y luego tienes que sentarte a escribir o leer, con las pausas intermitentes de los cinco minutos en que respiras un momento y vuelves a las labores. Haces una pausa de las labores y comes sola. Ojalá pronto sean las 6 pm, piensas constantemente. 

Las horas no son dolorosas si no lo ves, las horas son tranquilas y relajadas, a pesar de las labores, también tienes tiempo para ti, para leer un libro, para caminar en el parque, para saludar a la vecina, para ver películas contigo misma, para hablar con tus gatos o para hacer lo que más te gusta, pero con él, sientes una brisa refrescante, un complemento para tus horas más aburridas, una risa para esos chistes que escuchaste o un amigo para contarle todas esas cosas que no le dices a nadie. 

Las horas pasan, las labores comienzan a terminarse y en tu mente, ves que las labores terminadas se van apilando como una torre de libros en completo orden. Te sientas y ves que de pronto se abre la puerta. 

Llegó él, con una bolsa de panes en su mano, con su mochila, con su cara bonita y te sientas junto con él. Te sonríe, te besa en la frente, como símbolo de protección, te abraza un momento y te dice que te ama con la mirada. Te pones contenta, de nuevo comen juntos, sirves el café nuevamente, platican sobre como estuvo el día, ambos dicen como siempre y levantas la mirada con una sonrisa pícara, porque todo el día estuvieron pensando en esa hora. 

Terminan de cenar, apilan los trastes sucios, los dejan para el día de mañana, se levantan y van juntos a la cama. 

Se desnudan, se meten adentro de las cobijas, se abrazan y comienzan a darse calor uno al otro. La piel se siente cálida, apagan la luz y comienza un viaje que cada día es distinto. La exploración es mutua. Los brazos se convierten en largos y delicados tentáculos lisos y tibios. Las lenguas se entrelazan como las culebras en temporada febril. Las piernas cada vez están más despegadas de su naturalidad, los dedos comienzan a maniobrar en el cauce del río. Dejan estampadas sus huellas dactilares en los bordes, en el centro y la memoria. Establecen los parámetros del tiempo, de la velocidad y de la fuerza. Todo se centra en el deseo de alejarse de la realidad aunque sea por un solo momento, nada existe más que estrellas y cielo. 

Se estremecen, se dedican un beso, se relamen de lo ocurrido, se recuestan, entrecierran los ojos y se desean buenas noches. 

Miras al reloj y son las 9:35 pm. Te volteas y pasas la mano por encima de su cintura. Platican un momento, todo a partir de ese momento se ha vuelto magia, sabes que ha ocurrido de nuevo, dentro de tus manos acaricias nuevamente la idea de que la vida ha sido generosa contigo, pues lo cotidiano no es tan malo, cuando la magia ocurre a tu alrededor en los instantes en que estas contigo y te compartes con él y viceversa. 

Cierras los ojos, suspiras un poco y sueñas poco a poco.

Mañana será otro día, igual que el de hoy. 




1 comentario:

  1. Y sí, la incidencia de la efervescencia se desaíra en la plenitud de la antonomasia equitativa e inflexiva.

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